domingo, 2 de octubre de 2011

Hola, soy dios


Excepto dios, ninguna sustancia puede darse ni concebirse.
SPINOZA. ETHICA.



Hola, soy dios. Bueno, concretemos, soy Dios el que intuyó Spinoza, ojo, que aunque he oído hablar de otros colegas de superior o inferior jerarquía, no he tenido el gusto de ser presentado. Y de lo que no sé no hablo, que me hago un lío.

Me han pedido que hable un poco de mí y de cosas de los Hombres, y las Hombras por cierto, que es condición para salir en antena que no utilice lenguaje sexista. Yo mismo soy Dios pero también Días. Realmente si tuviera sexo los tendría todos. Pero no temáis.

¿Autoconciencia?, a ratos, pero no intervengo en asuntos que no me conciernen, no ando por ahí tirando piedras. Ahora, me entra un picor, ¿se dice picor?, y nacen mil galaxias. A veces tengo la sensación de que no soy sólo el Universo éste, sino todos los Universos apilados. Pero eso quizá es megalomanía.

Que hable del big bang, y todo eso. ¿El big bang?, pues es como una explosión, qué voy a decir. ¡Puf!, y en un momento ya hay galaxias espurreadas.

Sí que quiero decir algo de los dinosaurios, seres bien hechos, poquito a poco, sin sobresaltos. Era un recreo mirar cada millón de años, es un decir, o diez millones, y verse dinosaurios más variados, y más grandes y hermosos y longevos. ¡Lo bien que iban los dinosaurios! Y, ¡plaf!, pedrada. Podría pensarse que fue una gamberrada, pero no, la piedra venía por ahí. Era previsible que chocara, de haberlo pensado. Y mira por dónde que un animalejo ratonero que comía huevos, cuando podía, o carroña varia las más de las veces, se encontró impulsado a la fama.

¡Uaaa!, perdón. Ah pues los ingleses consideran de buena educación desperezarse y bostezar en público, lo han aprendido de mí, creo. Es que manifestar demasiado interés por los demás puede considerarse cotilla, ¿no?

Volvemos a los bichejos, apresurados, en comparación con los dinosaurios: en un mundo cambiante tuvo que primar el oportunismo. Se acabaron las formidables moles tan cuidadosamente regladas.

Y culmen de oportunismo, los hombres (¿y hombras, se dice?), a veces enormes, otras despreciables.

Dicen que el hombre moderno empieza con Ulises, un tramposo, y no le veo la gracia. Por ejemplo la historia del cíclope; mal está clavarle un árbol en un ojo, pero vaya la trampita de que se llama Nadie para que cuando pregunten los colegas el pobre cíclope herido diga, Nadie ha sido, Nadie me ha clavado un árbol en el ojo, qué gracioso, ¿eh? Ese día mis agujeros negros se pusieron más negros que nunca.

Debe ser que le cojo cariño a mi gente, y me incomoda perderlos, porque también a los humanos les he acabado cogiendo afición.

Que hable de aquéllos tiempos en que la Tierra era una ratonera superpoblada, inhóspita, tan inhóspita que se formaron colonias espaciales, luego colonias espaciales que se alejan. Llega un momento en que difícilmente se recibirán noticias, pero eso no importa tanto como para frenarles. Tenían tecnología para captar reservas hidrocarbonadas en el sistema solar, y de ahí se producían alimentos, además de reciclar todo lo posible; fusión nuclear para producir energía.

Claro que al llegar a los confines del sistema solar va faltando materia. Hay que estimar tiempos, necesidades energéticas, pero en el borde tienen que probar la congelación y sistemas de supervivencia. Quizá la falta de noticias de los que se iban fue una ventaja, aunque la presión de los de dentro hubiera empujado gente para fuera. Ya sabéis, hay gente para todo, y menos mal.

No fue muy distinto cuando África fue expulsando disidentes, allá en los orígenes de los humanos, y poblaron regiones tan incómodas.

Así que hoy los tengo por todas partes, robando planetas, explotando soles, rellenando agujeros negros, qué tíos.

Hay días que viendo tanta actividad es que me entran ganas de estornudar, si puede decirse así: esa sensación de absorberlo todo más y más y más y de pronto, ¡chus!, espurrearlo a los cuatro vientos.

Sevilla, diciembre de 2008





No hay comentarios:

Publicar un comentario