viernes, 21 de octubre de 2011

El principio antrópico y yo

Trabajan ahora algunos científicos con la hipótesis probable de que nuestros mares procedan en buena medida de una lluvia tardía de cometas.

Mirando hacia atrás, resulta cada vez mayor la improbabilidad de vida inteligente en un planeta o, la otra cara de la moneda, lo poco frecuente que debe ser esto en la población de planetas. A los requisitos de tamaño de su sol, edad, tamaño del propio planeta, distancia a su sol, etc, etc, habría que añadir ahora una "toma de agua" y quizá otros elementos vitales cuya formación se produciría en condiciones no terrenas, ja, ja, sí, celestes, en el espacio. Luego vendría el surgimiento de la vida que, recordemos, en nuestro planeta lleva a millones y millones de años de dinosaurios y poca inteligencia. Me gusta pensar que el dinosaurio es el producto natural en un mundo relativamente estable, y que sólo la gran pedrada que acaba con ellos y da oportunidades al oportunista protomamífero permite el origen del gran oportunista: el hombre.

El hombre entonces sería resultado de una cadena azarosa de circunstancias. Muy azarosa.

Esto le revolvería las tripas a muchos científicos del s XX. El hombre debería ser necesario.

Sin embargo, el principio antrópico en su versión simple es incluso trivial: existimos, luego se han dado las condiciones de existencia. Es indiferente si realmente esas condiciones fueron poco o muy probables.

Del mismo modo puedo yo decir, y tú, y tú, que el mundo se había apañado perfectamente hasta que nací sin mi presencia y, lo peor, cuando tenga la desgracia de morirme se seguirá apañando igual de mal o de bien. Hay que joderse.

Es verdad que si se mira para atrás y se analiza lo improbable que fue esta lotería que me ha tocado, uno tiende a pensar que está señalado por la suerte, por dios, por el destino.

Pero no hay más: pienso, luego me tocó el premio.

Un día hablaremos de la lotería y la población de los premiados, un juego matemático.

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