domingo, 24 de marzo de 2013

No Furnas


(Uma estória verídica escrita em portuñol)

El Furnas estaba, en cierto modo aún está, donde las olas revientan contra las rocas, as veces com um trovão que retumba e conmueve los fundamentos del rochedo nel que se assenta. Quando a maré-cheia, la espuma salpica los cristales. O Furnas é um chiringuito, una barraquinha, pero de luxo; não é com certeza de luxo, pero sí de cierto lujo. O Furnas es como una urna de cristal abierta a los cuatro vientos, pero o seu nome não vem da sua forma, o seu nome vem do sitio onde ele está, As Furnas. Las Furnas son buracos en las rocas modificados por la mão del hombre: forman pequenas piscinas de aguas renovables por as ondas y la maré-cheia, con una tapa de viguetas en rejilla. Há quarenta anos e mais se usavam de viveiro de lagosta. Hoje a lagosta, muito mais cara, vive melhor em viveiros de calmas águas marinhas, sem estar exposta a tanto se-retorcer ao som das ondas do mar, en el baño de arena que las mata. También é verdade que a lagosta de agora corre mais em procura dos mercados onde seja devorada por gente que aprecie su verdadero valor y lo pague.
El día era gris y no se distinguían los colores del cielo de los del mar, grises, cremas. Llovía fuerte, las olas rompían sobre las rocas, as veces estouravam num trueno, já disse.
Eu estava encantado com tanto espetáculo, mientras tomaba um pouco de salada de polvo (com cebola em finas rodelas e coentro) e uma cerveja. Logo vinho um pratinho de perceves templados que exhibían esas algas de color verde manzana improbables de ver en percebes  que no sean muy frescos. Era de percever. E mais, uma garrafa de vinho branco da região, das castas Riesling, verdejo, albarinho.
Estava a percever a cor e movimento do céu, o som das águas, o sabor do mar e da terra, cuando se oyó; no era una bandada de gaviotas lo que se oía aunque ahí estaba, al otro lado del cristal. Lo que se oía era una pequeña bandada de mulheres, os seus risos. A mais nova estudava em Lisboa e falaba e falaba num som cantarín, as mais velhas faciam risos, encantadas con la suerte de la parienta, que ellas no tuvieron.
En algún momento había venido a mi mesa un camarão tigre. Como se chama, perguntei ao empregado da mesa, camarão tigre, disse ele. Mas o nome próprio, acrescentei. Camarão tigre. Por vezes temos o disco rayado. O seu nome foi Zé.  Al menos para mí, su último amigo.
Habían dejado de reventar las olas contra las rocas. No sé cuándo sucedió, pero de pronto fui consciente de ese momento mágico de calma. Y no fui el único, porque las conversaciones habían amainado hasta casi el silencio, pero sin perder el tono animado, las risas. El mar se arrastava hacia dentro mostrando rochas y restos que nadie había visto.
Não se via nada, o céu estava gris, casi negro, tambem o mar. Alguem gritó: uma montanha de água! E era. Una ola gigantesca, inabarcable, venía sobre nosotros. Hubo gritos, deus!, choros, muchos corrieron hacia fuera. A mí me paralizó el miedo; hice algunas fotos, pero en la cámara mojada no se conservaron. No sé qué me dio primero, si las cristaleras como superficie sólida do mar; superficie sólida sob a que arremetiam centos e miles de toneladas de água, ou foram as mesas, os móveis, as pessoas a bater. Num instante estávamos tudos, homes, mulheres, não havia crianças, tudos inseridos numa trituradora de milhões de toneladas de força imparável. Não sei, no sé cuándo dejé de estar vivo para estar morto.

É possível que agora um listo diga, o piense, que esta estória é inverossímil. Um tsunami sem terramoto, hem? (pergunta o listo). Y qué pasa con la ciencia, con el Estado previsor y sus sistemas de alerta extratemprana, qué pasa con la autoridad vejada por la imprevisión. Porque además, O Furnas está ali, como é que o tsunami o reventou. E como é que tu contas esta estória tão incrível se estás morto e triturado.
Pois sim. E em certo modo é. Pero assim foi. Lo que hay que buscar entonces es la explicación de cómo fue posible que sucediera o que contei. Eu posso dar uma ideia, só uma ideia.  Y es que el Furnas que existe agora não é realmente o mesmo Furnas que alí havía. Ou sim, é el mismo que había pero no el mismo que estourou. Isso mesmo passa comigo y con las otras personas que estábamos allí cuando el tsunami: no somos realmente las trituradas, aunque seamos las mismas personas.
Creio que dois universos paralelos se chocaron en un agujero, en un buraco, é possivel que numa furna. As coisas dos dois universos se reliaram, de modo que el universo en el que no hubo tsunami conserva  el Furnas, al menda y as outras pessoas que ali estiveram, mais um pouco irreais, fantasmais, del mismo modo que el universo en el que sí hubo tsunami y perdió ao Furnas e ao seu conteúdo los ha recuperado, pero del mismo modo irreales. Não há mais que olhar o Furnas em certas noites sem lua, quando sob os cristáis se ven figuras espectrales que se levantam, que derrubam facas e garfos, taças e copos, que gritan en ominoso silencio. Allí podéis verme también, si no estoy en otro lado.
Los dos universos eran idénticos, o casi, hasta ese momento del tsunami, logo se abriram em dois universos incompatíveis, depois foram a reunirse de novo em um único universo. Mas qué sabemos del futuro, origem de todo valor.


Ericeira y Sevilla, marzo de 2013



jueves, 21 de marzo de 2013

La niña del muerto

Estaba la mar en calma entre los esteros y la marisma. La marea baja dejaba al descubierto playas fangosas que relucían al sol dorado de la tarde tarde. Si hubiésemos podido volar, como las aves que vuelan, habríamos visto una ría lodosa entre tierras cubiertas de juncos. Al subir un poco más veríamos que esa pequeña ría, con los garabatos de los meandros que se crían en las aguas planas, forma parte de otra ría de la misma forma a mayor escala; así sucesivamente, veríamos un paisaje de arabescos barrocos poseídos de horror al vacío. Y pese a ser iguales, cada uno es único, no una copia; porque no hay un modelo, ni tampoco un autor: solo situaciones parecidas tallaron arabescos parecidos. El terreno estaba poblado de cangrejos violinistas que interpretaban una melodía asustadiza con la brisa y las olas al romper allá lejos. Bastaba el grito de un niño para dejar la playa despoblada en un segundo: todos los violinistas desaparecerían, cada cangrejo en su agujero. Todos esos chicos listos que levantaban la mano y el violín como para que el profe les preguntara, todos desaparecidos.

Un viejo requemado está sentado en un bote y tira un sedal hacia las aguas más profundas.
 - Niña, ten cuidado al andar por esas aguas, te tropieces con un muerto, que hay muchos.
 - ¡Na!, ¿pican?
- ¡Na!
El muerto es una piedra grande con un agujero para pasar una cuerda, y sirve de ancla para los botes. Vuelve la niña cargada con una de esas piedras.
 - Niña, qué haces, dónde vas con ese muerto atado al cuello, te tropieces y te ahogues.
 - No, voy ahí mar adentro hasta donde cubra y ya no pueda más y me ahogue.
 - Chiquilla --dice rijoso el viejo--, tan morena y tan guapa y vas a perderle el muerto a Jacinto.
 - Yo, cuando termine, se lo puede llevar.
 - Pero en lo hondo, y luego el juez y todo el lío.
 - Ay, bueno. No se puede hacer nada.

jueves, 14 de marzo de 2013

UNA HISTORIA ROMÁNICA


Aunque la muchacha iba vestida con todo recato, y al entrar en la iglesia llevaba el velo de rigor, de su figura y movimientos se desprendía un aire de juventud y sensualidad. Busca enseguida su sitio y se arrodilla y mantiene la frente reverencialmente baja, pero los rizos rojos que escapan de su velo están declarando su insumisión. La he visto cuando va a lavar al arroyo, cuando se arrodilla sobre las piedras para refregar la ropa y brillan al sol los dorados pelillos de sus piernas mientras sus nalgas y su espalda siguen el vaivén de sus brazos sobre la colada. Los brazos arremangados están rojos de esfuerzos y de aguas frías y de sol e intemperie, la piel de las manos y las uñas están estragados, pero a veces asoma una porción de brazo aún virgen que permite ensoñar. No me mires así, Magdalena, soy un hombre.

Ya sabes que al monasterio entran muchachos muy jóvenes, niños, que en su juventud no conocerán otra vida que la monacal. Ese día que decía antes estaba en el coro Esteban, un joven inquieto que entró así, de niño. Cantaban con dulzura esas canciones en las que trituran infieles y patean sus despojos contra el polvo mirando al cielo amorosamente. Pero son en latín y los fieles no saben realmente de qué se habla, sólo cosas sueltas. Este Esteban seguro que te parecería un buen mozo. Un día de calor que trabajara en el huerto podrías haberlo visto a la hora de rellenar el cántaro, cómo se refresca en la fuente la cara y el cuello, rojos y sofocados, el pelo castaño sudado, cómo se descalza de las toscas sandalias y mete los pies cuadriculados por el sol y ennegrecidos por la tierra y el sudor en el pilón; podrías haber visto sus formas finas, de un muchacho dedicado a la oración y sólo en parte al rudo trabajo del huerto. Te gustaría, me parece.

No sé cómo puede ser que en la penumbra de la iglesia se vean como seres distintos, y más aún cómo pudieron ir estableciendo un lenguaje mudo que les sirviera para apasionarse uno de otro y transmitirse su pasión. Incluso creo que no hay tal lenguaje ni intercambio alguno de información, sino sólo dos pasiones solitarias que por azar tienen objetos recíprocos. Bueno, sí, eran jóvenes, y bellos.
Piensa que Esteban, sujeto a las reglas de la Orden, tiene un padre tutor que le interroga cada día, que para ocultarle durante días y semanas su estado de ánimo el joven ha tenido que intuir la necesidad de esta doblez. Culpa, pues, y por tanto remordimientos, sufrimiento del alma. Ella también sabe que es ilícito el objeto de su amor, y también sufre por eso. Así que además de las naturales dudas de los enamorados, de su miedo a que el amor del otro cese en cuanto dejen de verse, estos enamorados sufren por la culpa y los remordimientos.

A Esteban lo enviaban los viernes al pueblo a llevar a un anciano feligrés benefactor su dosis semanal de medicinas y de licor monacal. Últimamente el instinto del joven lo acercaba por el arroyo, por la zona en donde solían hacer las mujeres su colada. Y aunque, como sucede con algunos animales, las mujeres se agrupaban para defenderse de posibles depredadores, Elena buscaba la soledad de los recodos del arroyo para mejor reconcentrarse en sus amores. Un día tenían que encontrarse, y sucedió después de varios desencuentros de fugaces visiones huidizas. Él la vio de lejos y se paró y procuró hacer ruido para no irrumpir furtivo; ella se sobresaltó pero quedó quieta a la espera. Se miraron largamente; luego él se fue acercando, a intervalos, parando, ambos sin dejar de mirarse. Cuando Esteban se sentó junto a Elena ambos estaban sufriendo un incendio. Se tocaron las manos, la cara. No sigo, no sé cómo sigue, es que ya miré para otro lado; Magdalena, suéltame la pierna.

No sé hasta dónde llegaron aquel día, ni si el encuentro del siguiente viernes fue ya planeado, pero cuando a principios de otoño Elena murió de unas fiebres, su cuerpo ya contenía el germen de una nueva vida que se perdió con la suya. Esteban quedaría consumido por la culpa; y aunque confesó y vive como un penitente no puede evitar pensar que el destino de Elena había sido un castigo a sus pecados, los de él, sigue pensando aún en su vanidad.

 - ¿Y fue un castigo?, pregunta Magdalena.
 - Tanto pecado no podía quedar impune, mujer.
 - Pero, ¿no me ibas a contar una historia romántica?
 - ¿Romántica?, ¿no era románica?

P.S. 21/03/13. No sé, no sé. ¿Convendrá añadir una última línea? Por la conveniente redundancia. Ahí queda para quien la quiera:

 - Ay, Señor.

sábado, 9 de marzo de 2013

Ingenio en la praia da Baleia


En la praia da Baleia hay instalado un gran ingenio. Una red formada a su vez por paños de red unidos por mosquetones, o perrillos, a su vez sujeta por un sistema de postes. Me dice un viejo pescador, sin parar de piscar o olho esquerdo, que la instalación fue colocada ahí por los antiguos habitantes del sitio para practicar su deporte favorito; aquellos habitantes se fueron ya todos hace muchos años en sus naves espaciales. En grandes líneas el deporte consistía en ponerse en un punto señalado frente a la red, que está situada en la base de un talud de gran ángulo de elevación y una altura sobre la base de la red de unos 20 metros. Mientras el jugador está situado en su base, de cara a la red, un grupo de asistentes empuja una gran piedra en lo alto del talud, que cae dando tumbos pavorosos ladera abajo.

Si la red estuviera rígidamente sujeta probablemente sería atravesada por la mayoría de esas grandes piedras, que pueden fácilmente pesar unos buenos cientos de kilos. En tal caso el jugador raramente acabaría victorioso. Sin embargo el sistema emplea el ingenio humano (o extraterrestre en este caso) para repartir al máximo los esfuerzos entre todos los elementos. Para empezar, un paño de red no está rígidamente sujeto a la estructura; está unido a los adyacentes por los mosquetones o perrillos, y terminado en sus bordes superior e inferior por sendos cables de acero de, digamos, 10 mm de sección, capaces de resistir a tensión una montaña. A su vez los cables de acero se sujetan a cada poste a través de poleas, por lo que al tensarse la red al recibir el peñascazo tira de los cables que a su vez transmiten los esfuerzos a todos los postes. Porque si la red estuviera rígidamente sujeta a un par de postes probablemente sería atravesada por el peñasco, salvo que el peñasco tumbase a la red con los dos postes. Pero ya hemos visto que los dos postes inmediatos al impacto serán socorridos solidariamente por todos los demás, sin regatear esfuerzos, nada de eso de que cada pavo aguante su vela.

Cada poste, una viga de perfil doble T, está sujeto por arriba y por abajo. Por arriba está sujeto por vientos; por abajo la sujeción al anclaje del terreno es pivotante: le permite al poste cabecear hacia afuera, como la caña del cuento, que se doblaba cuando soplaba el viento, mientras el orgulloso roble de recia madera era quebrado por el huracán. El pivote no da libertad sin embargo para tumbarse de lado y verlas pasar, no, no es posible. En cuanto al sistema de vientos que afianza la parte superior del poste, está formado por dos vientos, anclados a derecha e izquierda y muy por arriba en el talud, bueno, a una altura intermedia entre la base del poste y su coronación. ¿Y las distancias a izquierda y derecha?, te preguntarás ansioso. Justo a medio camino entre poste y poste. Como se ve, se ha tomado el criterio ingenieril (había otros posibles criterios ingenieriles, pero este es bonito) de que en el punto medio está la virtud: punto medio entre arriba y abajo, punto medio entre poste y poste tanto a derecha como a izquierda. Los vientos quedan sujetos al anclaje con un exceso de cable recogido en varias vueltas y un sistema de perrillos, ahora sí son perrillos, que afianzan la ojiva del cable sobre sí mismo. ¿Estará previsto que en caso de necesidad los perrillos dejen resbalar al cable sobre sí mismo rechinando los dientes? No diría yo que no.

Ah, pero los postes extremos resultarán arrancados por el esfuerzo, pensarás no sin razón, pero también así lo pensó el marciano que concibió el ingenio, que dispuso otra cosa. Los postes extremos no pivotan en el sentido de cabeceo hacia delante-detrás, sino en el mismo plano derecha-izquierda. O sea, no cabecean sí- sí sino no-no, aunque un no-no con tortícolis. Y su sistema de vientos, el sistema de vientos de los postes extremos, cuenta con un viento extra de apoyo lateral.

Vemos ahora que han llegado hasta los postes extremos los cables de sujeción de la malla, recordemos, cable superior, cable inferior, corriendo por poleas sujetas a cada poste. También en los postes extremos los cables pasan por sendas poleas, ¿qué pasa entonces con el extremo de los cables? Ah, esos extremos van a sus respectivos anclajes, pero ahora no se conforman con las vueltas y los perrillos como los vientos, ahora van a anclarse al extremo de una pletina de acero doblada sobre un bulón; el otro extremo de la pletina se aleja un buen tramo, muy tieso, del bulón de anclaje, de modo que parece que, si fuera necesario, al tirar el cable con suficiente fuerza del extremo de la pletina la forzaría a flexarse y estirarse alrededor del bulón permitiendo al cable perder tensión. Monstruoso.

Mientras el peñasco chocaba con la red y ésta se tensaba y los postes batían sí-sí tensando sus vientos y los cables se tensaban sobre las poleas y los postes extremos batían no-no y los cables tiraban de las pletinas que chirriaban, ay, el jugador podía apartarse de ese horror o quedarse en el sitio. Si se apartaba perdía el juego. Tanto si la piedra quedaba finalmente sujeta por el ingenio, que era lo habitual, como si el ingenio cedía, el jugador perdía el juego. Pero en el caso de que el ingenio cediera, la retirada del jugador solía ser ovacionada: perdía, sí, pero con gloria. Si el jugador no se apartaba y, como era más normal, la piedra quedaba neutralizada por el ingenio, el jugador ganaba y era el nuevo héroe de las fiestas. Pero si el jugador no se apartaba y el sistema cedía y se abatía sobre él con inmensas fuerzas no doblegadas, entonces el jugador no ganaba, y perdía la vida sin gloria. Se debió apartar, pensaban los severos espectadores.

Perrillos en día libre