lunes, 27 de junio de 2011

Hablemos del calor

Hace calor, hace calor, yo estaba esperando que cantes mi canción. En el balcón. Esto es Rodríguez al cante.
Mucho calor.

Dice Juan Luis Arsuaga, el de Atapuerca, en aquel libro tan estupendo que escribió, "La especie elegida", que en 1891, sir Arthur Keith observó que entre los primates se daba una relación inversa entre tamaño del cerebro y del estómago. En 1995 se propuso una explicación de gran importancia en los estudios sobre la evolución humana, según Arsuaga. La hipótesis dice que el aumento de volumen del cerebro, uno de los órganos más costosos desde el punto de vista metabólico, sólo sería posible a costa de otro órgano con similar consumo. ¡El aparato digestivo! El hombre tiene un cerebro mayor del que le corresponde por su tamaño en la serie de los primates, ¡y una aparato digestivo menor en la misma proporción!
(Listillos: se descarta aumentar la tasa metabólica porque los hechos no lo confirman).
Para conseguir ese acortamiento era necesario mejorar simultáneamente la alimentación, incorporando grasas y proteínas animales.

Y ya en lo que sigue abandono a Arsuaga o, mejor, es él quien me abandona a mí. Volvemos al calor: hace calor, mucho calor.

¿Y cómo se defiende nuestro atribulado organismo? No disminuye la actividad del corazón, mi corazón es un músculo sano (sigue Rodríguez), ni disminuye la actividad de los riñones, qué vamos a decir del hígado, que sigue en lo suyo. Disminuye el apetito.

Pero hace calor, mucho calor. Así que el cerebro se toma vacaciones. Queda un equipo de guardia para lo esencial y el resto de la banda se lo pasa sesteando.

Santa Teresa de Jesús estuvo en Sevilla antes del calentamiento global este de ahora, y si estoy bien informado (¿mmm?) concluyó que los sevillanos no tenían que ir al purgatorio, se les convalidaba con los veranos.

Hace calor, mucho calor, estaba esperando que cantes mi canción. Abre esa botella, brindemos por ella. Y que siga Rodríguez que yo voy a tomarme una birrita.

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