lunes, 20 de junio de 2011

La gaviota, Sándor Márai

De nuevo Sándor Márai que tanto se comió el coco (¡de nuevo el coco!,  ¿el de la ventaja comparativa?).

Ahora el personaje es un alto funcionario, Consejero de un Ministro húngaro, en tiempos del inicio de la Segunda Guerra Mundial. Tiene 45 años y se dice, ya no soy joven, pero tampoco viejo. Mucho más adelante en el libro reflexionará sobre la edad, "los hombres, siempre que lo sean de verdad, no se despiden de la juventud con emoción ni sentimentalismo".

Eso se lo estaba contando a una copia fiel de la que fue su amante, y que se suicidó años atrás tragando cianuro. Y buena parte de las reflexiones del libro van sobre este tema, las copias y aproximaciones de nosotros mismos que existen como materiales de los dioses, fruto de la limitada variedad de moldes humanos. El protagonista reconoce a la copia de su amante y se pregunta si la amará de nuevo. Luego le pide a ella que reconozca que su encuentro ha sido trazado por los dioses como reencuentro.

Quizá por haber cumplido yo también los 45 años, je, je, je, je, el pasaje de antes es de los que más me han gustado, "eso que a vosotras, a las mujeres, os hace sufrir tanto y apresuraros a la iglesia y la peluquería para rogar a Dios y al esteticista (...)". Recordemos, aproximadamente 1940, él viste abrigo largo oscuro, traje, sombrero y bastón. Para nosotros, dice, "por fin se acaba el temor de perdernos ese algo que busca la juventud en su vagar desquiciado y agitado".

Pero mira por dónde él escoge amarla de nuevo, o probar a hacerlo, a ella, una walkiria finlandesa que parece danesa y que tiene unos veinte años.

Ya no sigo, no. "Su vagar desquiciado y agitado", del que nunca estaremos libres del todo, ¿afortunadamente?

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