viernes, 30 de noviembre de 2012

Kepler, de John Banville

Habría que aprender inglés. Pero mucho.
Hay muchas razones, pero hoy me voy a centrar en una: leer a John Banville.

Leyendo estos días Kepler he tenido la sombría impresión de que no estaba leyendo a Banville, sino a su traductor Horacio González Trejo. Que sin duda lo hace maravillosamente, no digo que no.

Banville es un escritor esmerado. Voy a sacar algunas frases al azar, tal como nos las traduce González Trejo:

En ocasiones, por la noche, sentado ante su escritorio, repentinamente alzaba la cabeza y aguzaba el oído, creyendo haber percibido un gemido, ni siquiera eso: una flexión de dolor que rasgaba como una grieta la delicada cúpula de la luz de las velas, dentro de la cual permanecía sentado.

Lo bueno es que no suena alambicado, bueno, a mí, al menos, no. Más:

La mañana había sido fría, el cielo parecía una glándula amoratada, en el cielo (¿aire?) se respiraba un regusto metálico y todo contenía la respiración bajo el asombro de la nieve.

Este libro es de 1981, y como Banville nació en 1945, tenemos que lo escribió con unos 35 años, así que hay que estar atento a lo que haya escrito desde 1995, ya con una edad en la que la madurez puede dar sus frutos. O sea, El mar, publicado en 2005. En 2006 nace su heterónimo Benjamin Black, escritor de ligeras novelas negras.

Banville trata de recrear el alma de Kepler, y transmite muy vívidamente el ambiente del Sacro Imperio Romano-Germánico en aquellos tiempos tan revueltos (Kepler vivió de 1571 a 1630), a la escala de la mirada del propio Kepler.

Vamos a por Copérnico, y luego al mar, invernal.

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