domingo, 11 de marzo de 2012

El hombre que amaba a los perros


Leonardo Padura nació en La Habana en 1955, y allí ha vivido siempre

En El hombre que amaba a los perros novela el asesinato de Trotski por Ramón Mercader. Se remonta a los años de exilio de Trotski en Turquía, y sigue varios hilos que se trenzan: el del autor de la novela, el de Ramón Mercader, miliciano comunista español, el del propio Trotski. Los tres aman a los perros, aunque el nombre del libro viene de un personaje misteriosos que aparece en Cuba y será quien aporte al autor el material para el libro. El lenguaje revolucionario del que está empapado el libro ha formado parte, como cubano, de la vida de Leonardo Padura.

Trotski rememora los tiempos en que trabajó codo con codo con Lenin:
El terror de la Cheka de Dzerzhinski fue el brazo oscuro de la Revolución, impío como debía, como tenía que ser, se diría, y aniquiló por centenares y miles a los enemigos del pueblo, a los perdedores de la lucha de clases que se negaban a ver la desaparición de su forma de vida y su cultura de la injusticia. Ellos, los vencedores, habían administrado sin piedad la derrota de sus adversarios, y el Partido tuvo que funcionar como el instrumento de la Historia y de su inevitable venganza masiva, aunque impersonal. Había sido una violencia despiadada, seguramente excesiva, pero necesaria: la de la clase vencedora sobre la vencida, la disyuntiva del “nosotros o ellos”...

El tutor soviético de Ramón Mercader cuenta:
Hay algo muy importante que me enseñaron nada más entrar en la Cheka: el hombre es relegable, sustituible. El individuo no es una unidad irrepetible, sino un concepto que se suma y forma la masa, que sí es real. Pero el hombre en cuanto individuo no es sagrado y, por tanto, es prescindible.

Al final el viejo agente soviético recapitula y piensa, se nos ha ido la mano, habría que aceptar las reglas democráticas.

Pero una mala noticia para los que piensan conciliar libertad y socialismo es que toda la teoría historicista/marxista se apoya sobre la irrelevancia del hombre, por lo que si hay conflicto entre la vida o la libertad de un hombre, cien, diez mil, y los designios de la Historia, ya se sabe quién cede el paso. ¿Y quién interpreta los designios de la Historia?

El dilema es relegar al hombre, cada persona concreta, o al historicismo. Yo lo tengo claro: ¡viva Pericles!

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