lunes, 28 de noviembre de 2011

Nada del otro mundo



Volvía de una reunión técnica de esas que quitan la afición y llegué un poco temprano a la estación; me metí en la librería: Coelho, Zafón y otros lópeces bestsellers que mi personal gusto rechaza, sin que por ello me parezca imprescindible enviar a la hoguera a sus lectores, hasta que un libro de Haruki Murakami, El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas me llamó desde su altar, y con un precio aceptable, dadas las circunstancias.
Pero luego, remoloneando antes de decidirme, me topé con Nada del otro mundo de Antonio Muñoz Molina, que incluye una colección de relatos cortos, aunque cotizando casi al doble que el de Haruki. Caramba, relatos cortos de este amigo, no lo he dudado.
Una de las cosas de la palabra escrita es que se hacen amigos unilaterales, y Antonio Muñoz Molina es mi amigo de esa forma, ya que por su parte no tiene el gusto de conocerme, qué le vamos a hacer. Más unilateral es la amistad cuando la contraparte es un muerto, una de las grandezas de lo que el filósofo Karl Popper llamó el mundo tres: la obra escrita que pervive fuera de las personas, en unas letrillas escritas en algún sitio, unas letrillas que hablan directamente y sin intermediarios a quien quiera leerlas.
Me ha sucedido que nada más empezar a leer este libro me he encontrado cómodo, y mira que estaba subido en un taburete de una ruidosa cafetería de Atocha, pasando ese calor calefactado del (casi) invierno madrileño, ambiente nada propicio a la concentración.

Sólo me he leído de momento el primer relato, el más largo, que da título al libro, pero suficiente para recomendarlo, y especialmente por tratarse de relatos cortos, un género que el amigo cultiva poco o nada, más bien se dedica al librazo de a kilo, como la noche de los tiempos, libro que aún siendo gordísimo hay que leer.

Voy a pegar un par de párrafos, en una elección muy personal que incluso para algunos podría provocar rechazo. En fin.

No tengo la menor nostalgia de entonces. La nuestra era una bohemia tonta y pobre, de cubalibre por litros, tabaco negro y pisos de alquiler...
En aquella arcadia de las oficinas militares, donde la negligencia y la pereza, virtudes para las que siempre estuve muy dotado, alcanzaban extremos de insuperable perfección...

Hasta luego, amigo, nos vemos en El hombre sombra.

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