sábado, 16 de julio de 2011

Era un país

Hace mucho, mucho tiempo, había un país.
Entre su gente había mucha gente con buenas intenciones, otros también con malas o regulares intenciones, y otros, por fin, con intenciones a secas. Intenciones frecuentemente contrapuestas ordenadamente: tómese una intención y enseguida se encontrará otra opuesta y de intensidad semejante.
Unos querían la justicia de los iguales, otros ser iguales en la justicia. Más justicieros había: ser justamente los primeros de los iguales porque yo lo valgo, ser justamente igual que los primeros, cuándo querrá el dios del cielo. Otros pensaban distinto o no pensaban. Se podría hablar también de otros grandes conceptos: la libertad de las personas o la libertad de los pueblos (o de los ríos o los cocodrilos), libertad o tutela; democracia o totalitarismo. Etc.
Gente honesta o razonable podía creer una cosa o podía creer otra.
Visto desde la distancia del tiempo (tan, tan lejano), puede encontrarse gente honesta y razonable opuesta en sus ideas e intenciones, azarosamente mezclados con gente deshonesta, irrazonable, etc.
Qué fácil era que se formaran dos hinchadas irreconciliables: una especie de propiedad de los paisanos de aquel país que no ha sido bien estudiada, tanto más irreconciliables cuanto más próximos se hallaran. Así hubo grandes disturbios entre los partidarios del café con leche calentito y los partidarios del café con leche hirviente. ¡Tibios!, ¡calentorros!, se increpaban mutuamente. De esta lucha han quedado huellas históricas: “a los tibios los vomitaré de mi boca”, dijo un personaje célebre.
Es fácil que muchos tibios consideraran que los calentorros eran seres despreciables que por oscuros intereses elegían una opción abominable; simétricamente, muchos calentorros veían oscuros intereses en los despreciables tibios.
Por supuesto que muchos de los que estaban inmersos en una hinchada, racionales a la hora de contemplar divisiones que les eran ajenas, se volvían irracionales para con su hinchada. Muchas hinchadas han elevado esta irracionalidad a razón suprema: la prueba de tus oscuros intereses es que no estás conmigo.
Hoy hay distintos especialistas estudiando cómo, cuándo, por qué se originó esa peculiaridad impresa en lo más profundo de aquellos seres. De momento parece haber bastante unanimidad: cada especialista señala oscuros intereses en los demás. La solución debe estar próxima.

4 comentarios:

  1. ¡Magnífico Álvaro! No conocía esta faceta tuya de "analista" de lo irracional instintivo que nos acosa.

    ResponderEliminar
  2. Es un cuentecillo. Soy un cuentista semiimproductivo, faceta que creo que no conoces. Por lo rara.

    ResponderEliminar
  3. Alvaro te envio esto, sobre lo frío/caliente, oscuro y claro.
    Espero que te (os) guste.
    Un abrazo.

    http://www.youtube.com/watch?feature=player_detailpage&v=hAkK0MhLDgE

    ResponderEliminar
  4. Suena bien. Me recuerda vagamente a Alela Diane, quizá por los cantos de negros. Pero la letra, ¿la tienes?

    ResponderEliminar