domingo, 27 de mayo de 2012

Punta Umbría, el mar y la Ría


Según la güiskipedia Punta Umbría pasa de unos 14.000 habitantes, a aceptar 70.000 veraneantes, multiplicando entonces por cinco los aceptados y por seis los pobladores, como sucede en otras poblaciones marineras, además de los playeros de coche, nevera y sombrilla, numerosos como los granos de arroz.

Está en una especie de barra que cierra por el Oeste las Marismas del Odiel, reforzadas por las del Tinto, dos ríos hermanos, el Odiel y el Tinto, que naciendo muy cerca en la comarca minera, se separan en su discurrir para juntarse del todo en su desembocadura marismeña. En medio de las marismas queda la península de Huelva con sus cabezos, y al otro lado del Tinto, al Sur, el Polo Químico, tan cerca de Punta Umbría y de Huelva que sus olores pasean por sus calles o sus playas. Mucho que ver la zona con la minería, la química, el transporte marítimo, para bien y para mal.

Nuestra anfitriona, Ángeles, se crió cogiendo cangrejos con la mano en sus agujeros, sabe cómo hacer que casi nunca le tiren el mordisco; cuando el cangrejo es violinista se le coge el violín, la “boca”, que se echa al cubo, mientras que el músico despojado vuelve al fango marismeño a trabajar de lutier.

La casa, centenaria o por ahí, se abre a la Ría, donde se protegen barcos y barcas y se bañan las familias que buscan aguas cálidas y resguardadas. De pronto su vida ya un poco senil, la de la casa que no de los bañistas, se ve perturbada el sábado por una tropa literulia, a ver, ya citada la anfitriona Ángeles, Paco, adoptivo del lugar, Luis, Carmen, Mercedes, Pedro, María José que es Pepa, Ana, Roberto, y Álvaro que lo cuenta. Se instalan mesas y sillas en el porche, rosco paellero en la cocina.

Qué avíos vienen del mercado de San Sebastián, anfitriona, que se me saltan las lágrimas del recuerdo. Antes de hablar de bichos que suenan a gran lujo adelanto: 15 € por persona incluyendo abundante vino portugués que aporta el cronista. Y nos moriremos algún día como cualquier otro.

Los avíos marinos: gambas blancas, coquinas rojizas, cigalas, un poco de choco, sólo un poco pero podría ser solo choco. Sale ensaladilla de gambas, sale un curioso aliño de brécol que trae Ana y que no lleva albahaca pero yo lo hubiera jurado (con eterna condena); salen hermosas coquinas que parecería que no vivieron en la arena, saldrá la paella barroca del maestro Paco, de cuya elaboración no puedo hablar porque aún siendo paellista, no ando por ahí estorbando al chef cuando no soy yo. La paella aparece sectorizada de cigalas, trufada de gambas peladas que no son gambas arroceras, no; salpicada de coquinas. El sabor marino perfecto, el punto también. Sin socarrat y con colorante no azafrán, por hablar de algún sin. Riegan vinos beiranos, de la bodega cooperativa de Covilhã: un blanco Colheita do Socio, un tinto Piornos. De postre aparecen peras al vino que trae Carmen, un dulce de piña (ras, ras..., ¡cronista!).

En la playa hace viento, que no impide algún baño de bañistas, un poco de sol del que te quema sin sentir, el paseo andarín para mover el esqueleto o buscar tesoros. Luego ya va tocando la lenta retirada pasando por el café, los pasteles milhojas y nosequemás, famosos del lugar, la recogida, despedida, y de vuelta a Sevilla.

Por la tarde en Punta 22-23º, al volver a Sevilla 30-35º. Ay, caramba.


3 comentarios:

  1. No sabía que hubiera adelgazado tanto como para desaparecer. Yo también estuve, y doy fe del magnífico menu.

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  2. ¿Cómoooooooooo? Je, je. Ah, sólo era un borrador.

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  3. He decidido hacerme visible en este foro, cual "fantasma victoriano", para reafirmar que la compañía resultó tan exquisita como el menú, que hasta la ventosa tarde me pareció dulce y agradable. Deberíamos organizar con más frecuencia estos eventos gastronómicos e ir conociendo las habilidades entre fogones que tenemos(mejor, que tienen) escondidas cada uno de nosotros(vosotros)...y quien no las tenga que haga de pinche y amenice con buena charla.Un beso desde el "torreón de mi guardia".

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