sábado, 9 de marzo de 2013

Ingenio en la praia da Baleia


En la praia da Baleia hay instalado un gran ingenio. Una red formada a su vez por paños de red unidos por mosquetones, o perrillos, a su vez sujeta por un sistema de postes. Me dice un viejo pescador, sin parar de piscar o olho esquerdo, que la instalación fue colocada ahí por los antiguos habitantes del sitio para practicar su deporte favorito; aquellos habitantes se fueron ya todos hace muchos años en sus naves espaciales. En grandes líneas el deporte consistía en ponerse en un punto señalado frente a la red, que está situada en la base de un talud de gran ángulo de elevación y una altura sobre la base de la red de unos 20 metros. Mientras el jugador está situado en su base, de cara a la red, un grupo de asistentes empuja una gran piedra en lo alto del talud, que cae dando tumbos pavorosos ladera abajo.

Si la red estuviera rígidamente sujeta probablemente sería atravesada por la mayoría de esas grandes piedras, que pueden fácilmente pesar unos buenos cientos de kilos. En tal caso el jugador raramente acabaría victorioso. Sin embargo el sistema emplea el ingenio humano (o extraterrestre en este caso) para repartir al máximo los esfuerzos entre todos los elementos. Para empezar, un paño de red no está rígidamente sujeto a la estructura; está unido a los adyacentes por los mosquetones o perrillos, y terminado en sus bordes superior e inferior por sendos cables de acero de, digamos, 10 mm de sección, capaces de resistir a tensión una montaña. A su vez los cables de acero se sujetan a cada poste a través de poleas, por lo que al tensarse la red al recibir el peñascazo tira de los cables que a su vez transmiten los esfuerzos a todos los postes. Porque si la red estuviera rígidamente sujeta a un par de postes probablemente sería atravesada por el peñasco, salvo que el peñasco tumbase a la red con los dos postes. Pero ya hemos visto que los dos postes inmediatos al impacto serán socorridos solidariamente por todos los demás, sin regatear esfuerzos, nada de eso de que cada pavo aguante su vela.

Cada poste, una viga de perfil doble T, está sujeto por arriba y por abajo. Por arriba está sujeto por vientos; por abajo la sujeción al anclaje del terreno es pivotante: le permite al poste cabecear hacia afuera, como la caña del cuento, que se doblaba cuando soplaba el viento, mientras el orgulloso roble de recia madera era quebrado por el huracán. El pivote no da libertad sin embargo para tumbarse de lado y verlas pasar, no, no es posible. En cuanto al sistema de vientos que afianza la parte superior del poste, está formado por dos vientos, anclados a derecha e izquierda y muy por arriba en el talud, bueno, a una altura intermedia entre la base del poste y su coronación. ¿Y las distancias a izquierda y derecha?, te preguntarás ansioso. Justo a medio camino entre poste y poste. Como se ve, se ha tomado el criterio ingenieril (había otros posibles criterios ingenieriles, pero este es bonito) de que en el punto medio está la virtud: punto medio entre arriba y abajo, punto medio entre poste y poste tanto a derecha como a izquierda. Los vientos quedan sujetos al anclaje con un exceso de cable recogido en varias vueltas y un sistema de perrillos, ahora sí son perrillos, que afianzan la ojiva del cable sobre sí mismo. ¿Estará previsto que en caso de necesidad los perrillos dejen resbalar al cable sobre sí mismo rechinando los dientes? No diría yo que no.

Ah, pero los postes extremos resultarán arrancados por el esfuerzo, pensarás no sin razón, pero también así lo pensó el marciano que concibió el ingenio, que dispuso otra cosa. Los postes extremos no pivotan en el sentido de cabeceo hacia delante-detrás, sino en el mismo plano derecha-izquierda. O sea, no cabecean sí- sí sino no-no, aunque un no-no con tortícolis. Y su sistema de vientos, el sistema de vientos de los postes extremos, cuenta con un viento extra de apoyo lateral.

Vemos ahora que han llegado hasta los postes extremos los cables de sujeción de la malla, recordemos, cable superior, cable inferior, corriendo por poleas sujetas a cada poste. También en los postes extremos los cables pasan por sendas poleas, ¿qué pasa entonces con el extremo de los cables? Ah, esos extremos van a sus respectivos anclajes, pero ahora no se conforman con las vueltas y los perrillos como los vientos, ahora van a anclarse al extremo de una pletina de acero doblada sobre un bulón; el otro extremo de la pletina se aleja un buen tramo, muy tieso, del bulón de anclaje, de modo que parece que, si fuera necesario, al tirar el cable con suficiente fuerza del extremo de la pletina la forzaría a flexarse y estirarse alrededor del bulón permitiendo al cable perder tensión. Monstruoso.

Mientras el peñasco chocaba con la red y ésta se tensaba y los postes batían sí-sí tensando sus vientos y los cables se tensaban sobre las poleas y los postes extremos batían no-no y los cables tiraban de las pletinas que chirriaban, ay, el jugador podía apartarse de ese horror o quedarse en el sitio. Si se apartaba perdía el juego. Tanto si la piedra quedaba finalmente sujeta por el ingenio, que era lo habitual, como si el ingenio cedía, el jugador perdía el juego. Pero en el caso de que el ingenio cediera, la retirada del jugador solía ser ovacionada: perdía, sí, pero con gloria. Si el jugador no se apartaba y, como era más normal, la piedra quedaba neutralizada por el ingenio, el jugador ganaba y era el nuevo héroe de las fiestas. Pero si el jugador no se apartaba y el sistema cedía y se abatía sobre él con inmensas fuerzas no doblegadas, entonces el jugador no ganaba, y perdía la vida sin gloria. Se debió apartar, pensaban los severos espectadores.

Perrillos en día libre








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