domingo, 29 de mayo de 2011

Quince días en las soledades americanas

Un librito delicioso de Alexis de Tocqueville, Quince días en las soledades americanas, prácticamente un diario de viaje escrito en 1831, cuando los parajes de los Grandes Lagos todavía eran zona de acción de los pioneros americanos.
Alexis de Tocqueville estuvo dos años de viaje por el país, comisionado por la República francesa para realizar un estudio sobre el sistema penitenciario americano. Hay que leer La democracia en América, que se considera un histórico de la defensa de la democracia y del liberalismo (no en la acepción norteamericana de liberalismo=socialismo).
Los viajeros, Tocqueville y su amigo Beaumont, parten de Nueva York y se dirigen primero a Buffalo, donde tienen la oportunidad de ver a los indios iroqueses desparramados por las calles, en un espectáculo desilusionante, después de haber leído El último mohicano; aquellos indios estaban embrutecidos por el alcohol, peor que las poblaciones igualmente embrutecidas de Europa. Con algo de fiera salvaje además.
Navegan 400 km por el lago Eire hasta Detroit, y allí deciden dirigirse a Saginaw, al NO, lugar aún salvaje en el que existe una pequeña colonia de pioneros.
(...) Peligros que arrostra el americano cuando de lo que se trata es de ganar dinero, pero que alguien haga cosas parejas por mera curiosidad es algo que sobrepasa su comprensión.
Cuenta cómo un neoyorquino le describe los asentamientos típicos:
En América no hay pueblos, al menos en la acepción que se le da en su tierra a esta palabra. Aquí las casas de los granjeros se encuentran dispersas en medio de los campos. El lugar donde se reúnen es una especie de mercado para la población aledaña y en tales pueblos no hay más que abogados, impresores y comerciantes.
¡Ah!, ¿era eso lo de las pelis del Oeste? Pero ahora descubre el bar-room; Han llegado al alojamiento en Pontiac:
(...) y como de costumbre nos introdujeron en lo que se conoce como el bar-room. Se trata de una sala donde se sirven bebidas y en la que se reúnen para fumar, beber y charlar de política desde el obrero más humilde hasta el más rico comerciante del lugar en un ambiente de igualdad aparentemente perfecto.
Cuando se van adentrando en las regiones más despobladas y vírgenes tienen por fin la oportunidad de conocer a los indios en estado nativo:
(…) admirablemente formado, como lo son prácticamente todos ellos. (…) Un indio serio y un indio que sonríe son dos hombres del todo diferentes. (…) salvaje majestad (…) candidez y bondad (…) Al verlo sonreír, le dirigimos la palabra. Él nos dejó hablar sin interrumpirnos y luego nos dio a entender por señas que no había entendido nada.
Por el camino el indio les sigue a pie mientras ellos aligeran el paso a caballo; sin esfuerzo visible salta matas y árboles caídos, como un lobo que siguiera a su presa. Por nada, quizá por puro gusto.
Los grandes bosques:
(…) ¿cómo reconocer el camino?, ¿hacia dónde dirigir la mirada? Inútil es que subáis a la copa de los árboles más altos, otros aún más altos os rodean; o que tratéis de subir a una colina, pues el bosque avanza con vosotros rodeándoos. Ese mismo bosque se extiende ante vosotros hasta el Ártico y el océano Pacífico.
Los mosquitos:
(…) si hubiéramos podido desembarazarnos de las miríadas de mosquitos que llenaban la casa. Pero es algo que nunca conseguimos. El bicho, que en inglés se conoce como “mosquito” (…) es un pequeño insecto (…) y su trompa, tan fuerte y acerada que sólo los tejidos de lana pueden poneros a salvo de sus picaduras. Estas mosquitas son el flagelo de las soledades americanas. Su presencia es suficiente para convertir una larga jornada en algo insoportable.
Qué os voy a decir más, leedlo.
Como derivados me he preguntado, ¿qué ha sido de Saginaw?, ¿y cómo se convive con los mosquitos?
Y de eso hablaremos aparte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario