Según la güiskipedia Punta Umbría
pasa de unos 14.000 habitantes, a aceptar 70.000 veraneantes,
multiplicando entonces por cinco los aceptados y por seis los
pobladores, como sucede en otras poblaciones marineras, además de
los playeros de coche, nevera y sombrilla, numerosos como los granos
de arroz.
Está en una especie de barra que
cierra por el Oeste las Marismas del Odiel, reforzadas por las del
Tinto, dos ríos hermanos, el Odiel y el Tinto, que naciendo muy
cerca en la comarca minera, se separan en su discurrir para juntarse
del todo en su desembocadura marismeña. En medio de las marismas
queda la península de Huelva con sus cabezos, y al otro lado del Tinto, al Sur, el Polo
Químico, tan cerca de Punta Umbría y de Huelva que sus olores
pasean por sus calles o sus playas. Mucho que ver la zona con la
minería, la química, el transporte marítimo, para bien y para mal.
Nuestra anfitriona, Ángeles, se crió
cogiendo cangrejos con la mano en sus agujeros, sabe cómo hacer que
casi nunca le tiren el mordisco; cuando el cangrejo es violinista se
le coge el violín, la “boca”, que se echa al cubo, mientras que
el músico despojado vuelve al fango marismeño a trabajar de lutier.
La casa, centenaria o por ahí, se abre
a la Ría, donde se protegen barcos y barcas y se bañan las familias
que buscan aguas cálidas y resguardadas. De pronto su vida ya un
poco senil, la de la casa que no de los bañistas, se ve perturbada
el sábado por una tropa literulia, a ver, ya citada la anfitriona Ángeles,
Paco, adoptivo del lugar, Luis, Carmen, Mercedes, Pedro, María José que es Pepa, Ana,
Roberto, y Álvaro que lo cuenta. Se instalan mesas y sillas en el
porche, rosco paellero en la cocina.
Qué avíos vienen del mercado de San
Sebastián, anfitriona, que se me saltan las lágrimas del recuerdo.
Antes de hablar de bichos que suenan a gran lujo adelanto: 15 € por
persona incluyendo abundante vino portugués que aporta el cronista.
Y nos moriremos algún día como cualquier otro.
Los avíos marinos: gambas blancas,
coquinas rojizas, cigalas, un poco de choco, sólo un poco pero
podría ser solo choco. Sale ensaladilla de gambas, sale un curioso
aliño de brécol que trae Ana y que no lleva albahaca pero yo lo
hubiera jurado (con eterna condena); salen hermosas coquinas que
parecería que no vivieron en la arena, saldrá la paella barroca del
maestro Paco, de cuya elaboración no puedo hablar porque aún siendo
paellista, no ando por ahí estorbando al chef cuando no soy yo. La
paella aparece sectorizada de cigalas, trufada de gambas peladas que
no son gambas arroceras, no; salpicada de coquinas. El sabor marino
perfecto, el punto también. Sin socarrat y con colorante no azafrán,
por hablar de algún sin. Riegan vinos beiranos, de la bodega
cooperativa de Covilhã: un blanco Colheita do Socio, un tinto
Piornos. De postre aparecen peras al vino que trae Carmen, un dulce
de piña (ras, ras..., ¡cronista!).
En la playa hace viento, que no impide
algún baño de bañistas, un poco de sol del que te quema sin
sentir, el paseo andarín para mover el esqueleto o buscar tesoros.
Luego ya va tocando la lenta retirada pasando por el café, los
pasteles milhojas y nosequemás, famosos del lugar, la recogida,
despedida, y de vuelta a Sevilla.
Por la tarde en Punta 22-23º, al
volver a Sevilla 30-35º. Ay, caramba.
No sabía que hubiera adelgazado tanto como para desaparecer. Yo también estuve, y doy fe del magnífico menu.
ResponderEliminar¿Cómoooooooooo? Je, je. Ah, sólo era un borrador.
ResponderEliminarHe decidido hacerme visible en este foro, cual "fantasma victoriano", para reafirmar que la compañía resultó tan exquisita como el menú, que hasta la ventosa tarde me pareció dulce y agradable. Deberíamos organizar con más frecuencia estos eventos gastronómicos e ir conociendo las habilidades entre fogones que tenemos(mejor, que tienen) escondidas cada uno de nosotros(vosotros)...y quien no las tenga que haga de pinche y amenice con buena charla.Un beso desde el "torreón de mi guardia".
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