Debía algún homenaje a Isaac Asimov. Escribió entretenidos e ingeniosos relatos de ciencia ficción, montones de ensayos sobre divulgación científica, sencillos libros de historia. Con sencillez y entusisasmo habló de lo complejo, con humor, con espíritu crítico. Un héroe.
Walt Whitman compuso un poema en el que manifiesta su aburrimiento ante la conferencia de un astrónomo; Isaac Asimov hizo un discurso enfatizando la belleza que aflora gracias a la ciencia. Lo pongo a continuación:
enlace al discurso subtitulado y texto traducido:
(A favor de Whitman: algunos científicos hecen difícil lo fácil a base de oscura palabrería).
Este es uno
de los poemas más conocidos de Walt Whitman:
Mientras escuchaba al docto astrónomo,
mientras las demostraciones y los números eran
alineados en columnas ante mí,
mientras se me mostraban los mapas y diagramas para ser sumados, divididos y medidos,
mientras sentados en el aula escuchaba la
aplaudida conferencia del astrónomo,
sin razón aparente, me sentí de pronto
fatigado y mareado,
hasta que me levanté, salí sigilosamente y
comencé a vagar
por el místico y húmedo aire nocturno, y, de vez en cuando,
en absoluto silencio, levantaba la vista hacia
las estrellas.
Supongo que al leer estas líneas muchos se dirán, complacidos:
"¡Es cierto! ¡La ciencia absorbe belleza de
todo lo que nos rodea, reduciéndola a números, tablas y fórmulas!
¿Para qué voy a molestarme en estudiar todas esas tonterías si
para contemplar las estrellas no tengo más que salir al exterior?"
Esta es una opinión muy cómoda, ya que no sólo
hace innecesario el conocimiento de las complicadas teorías, sino
que las convierte en un evidente equivocación estética. En lugar de
esto, lo mejor es echar una ojeada al cielo nocturno, recibir una
inyección rápida de belleza y acudir a una discoteca.
El problema estriba en que Whitman hablaba sobre
cosas que no conocía, si bien es cierto que el pobre tampoco tenía
otra posibilidad.
No discuto la belleza del cielo nocturno. En mis
tiempos yo también pasé horas tumbado en la ladera de una colina
contemplando las estrellas y admirando su hermosura (y recibiendo
picaduras de insectos que tardaban semanas en curarse).
Lo que se ve, sin embargo -esos puntos luminosos,
titilantes y silenciosos-, no constituye toda la belleza que existe.
¿Hay que admirar amorosamente una sola hoja e ignorar la presencia
del bosque? ¿Hemos de contentarnos con el brillo del Sol en un grano
de arena y desdeñar el conocimiento de la playa?
Esos puntos brillantes en
el cielo que denominamos planetas son mundos. Existen mundos con una
espesa atmósfera compuesta por dióxido de carbono y ácido
sulfúrico; mundos hechos de líquido incandescentes con huracanes
que podrían engullir la Tierra entera; mundos inertes marcados por
desiertos rosáceos y desolados. Todos ellos poseen una belleza
misteriosa y sobrenatural que se reduce a un simple punto luminoso si
nos limitamos a contemplar sin más el cielo nocturno.
Los otros puntos brillantes, aquellos a los que no
llamamos planetas sino estrellas, son en realidad soles. Algunos son
de una grandiosidad incomparable y emiten la luz de mil soles como el
nuestro, mientras que otros son simplemente brasas incandescentes que
despiden muy poca energía. Ciertos soles son cuerpos compactos con
la misma masa que nuestro Sol comprimida en el volumen de un pequeño
asteroide. Y los hay más compactos todavía: soles que se contraen
hasta anular completamente su volumen, cuyo emplazamiento se
caracteriza por un fuerte campo de gravedad que lo engulle todo y no
devuelve nada, cuya materia se adentra en espiral por un pozo sin
fondo lanzando el salvaje grito de agonía de los rayos X.
Existen estrellas que laten eternamente en un
inmenso ciclo respiratorio cósmico; otras, una vez consumido su
combustible, se dilatan y enrojecen hasta engullir a sus propios
planetas, en el caso de que los tengan (algún día, dentro de miles
de millones de años, nuestro Sol se expandirá y la Tierra se
quemará, se secará y se vaporizará, convirtiéndose en un gas de
hierro y roca sin dejar rastros de la vida que una vez dio). Algunas estrellas
estallan en un inmenso cataclismo, provocando una violenta ráfaga de
rayos cósmicos que se desplazan casi a la velocidad de la luz y
llegan a la Tierra después de miles de años, para suministrar parte
de la fuerza motriz de la evolución por mutaciones.
A esta ínfima cantidad de estrellas que vemos al
alzar la vista en absoluto silencio (no más de 2.500, incluso en las
noches más oscuras y despejadas) se suma una vasta e invisible
multitud que asciende a la enorme cantidad de trescientos mil
millones -300.000.000.000- y forma un enorme molinete en el espacio.
Este molinete, la galaxia de la Vía Láctea gira alrededor de su
centro en una amplia y majestuosa revolución que tarda doscientos
millones de años en completarse (el Sol, la Tierra y nosotros mismos
efectuamos también ese giro).
Más allá de la Vía Láctea existen otras galaxias
(aproximadamente una veintena), que, junto con la nuestra, forman un
grupo de galaxias. La mayoría de ellas son pequeñas y están
compuestas por apenas unos pocos miles de millones de estrellas,
aunque existen al menos una, la galaxia Andrómeda que es dos veces
mayor que la nuestra.
Además de nuestro grupo existen otros grupos de
galaxias, algunos de los cuales están formados por miles de
unidades. Estos grupos se extienden por el Universo hasta donde
alcanzan nuestros telescopios, sin signo visible de que acaben nunca,
y es posible que su número total sea de cien mil millones.
Cada vez conocemos más galaxias en cuyo centro
existen una intensa violencia: grandes explosiones y ráfagas de
radiaciones, que indican la extinción de tal vez millones de
estrellas. En el centro de nuestra propia galaxia también existe una
actividad increíblemente violenta, oculta a nuestro periférico
Sistema Solar por las enormes nubes de polvo y gas que se encuentran
entre nosotros y el palpitante centro.
Algunos centros galácticos son tan brillantes que
pueden ser divisados a distancias de miles de millones de años luz,
distancias desde las cuales las propias galaxias no son visibles,
destacándose únicamente sus brillantes centros por la devastadora
energía que en ellos se libera. Algunos de estos centros, que
reciben el nombre de quasars, se encuentran a más diez mil millones
de años luz.
Todas las galaxias se alejan unas de otras en una
inmensa expansión universal que comenzó hace quince mil millones de
años, cuando toda la materia del Universo se encontraba en una
pequeña esfera cuya extraordinaria explosión dio origen a las
galaxias.
Es posible que el Universo siga dilatándose
eternamente, o quizá llegue el día en que la expansión disminuya y
se invierta, convirtiéndose en una contracción, hasta volver a
formar la pequeña esfera y comenzar de nuevo el juego desde el
principio. De esta forma, el Universo se estaría expandiendo y
contrayendo en ciclos cuya duración alcanzaría quizá varios
billones de años.
Todo este panorama, que se encuentra más allá del
alcance de la imaginación humana, es posible gracias al trabajo de
centenares de "datos" astronómicos. Todo ello, absolutamente
todo, fue descubierto después de la muerte de Whitman, sucedida en
1892, y la mayoría en los últimos veinticinco años, de modo que el
pobre poeta no comprendió nunca cuán limitada e insignificante era
la belleza que admiraba cuando "en absoluto silencio, levantaba
la vista hacia las estrellas".
Tampoco nosotros podemos comprender o imaginar ahora
la belleza ilimitada que se nos revelará en el futuro gracias a la
ciencia.
Agradezco la revelación a LuzMar, visitante del blog de Antonio Muñoz Molina, que me pone enlace a
http://universocuantico.wordpress.com/2012/01/31/isaac-asimov-sobre-la-ciencia-y-la-belleza/