Se
recortan casi en negro contra el horizonte como homenaje a los
humanos, a los antiguos humanos muertos, a los modernos humanos
muertos, pero también a los humanos vivos, alegrémonos.
De
esas a modo de cruces que ahora lloran nacerá vida, mágicamente:
borra, brotes, pámpanos, hojas, el preciado fruto: tempranillo o
tinta roriz o cencibel, alicante o monastrell, cabernet franc,
cabernet sauvignon, malbec, merlot, castelão o periquita, touriga
nacional, Graciano, Pedro Ximénez, pinot noir, syrah, malvasía,
Mencía, Petit verdot, garnacha, chardonnay, muscat o moscatel, pinot
gris, pinot blanc, treixadura, verdejo, riesling, sauvignon blanc,
airén, albariño, macabeo o viura, palomino, y otras más.
El
fruto será recogido, con esmero, sin esmero, llevado a las líneas,
seleccionado o no, despalillado o no, molturado, fermentado. Podrá
ser remontado, aireado, desfangado, trasegado, filtrado, clarificado,
encubado en barricas de roble francés o americano, pasado por
virutas, embotellado.
Ahora
ya por fin llega a los humanos, a los humanos vivos, alegrémonos,
porque aunque el rito haya sido y sea variable, complejo o sencillo,
finalmente nos podemos encontrar con una copa, con un contenido más
oscuro, casi negro, o más claro, casi oro pálido, y tantos colores
más o menos intermedios, con burbujas o sin ellas; finalmente
podemos aspirar su aroma, sorber el caldo.
Comprender
entonces que un hombre solo no pudo llegar tan lejos.
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