Leonardo Padura nació en La Habana en
1955, y allí ha vivido siempre
En El hombre que amaba a los perros
novela el asesinato de Trotski por Ramón Mercader. Se
remonta a los años de exilio de Trotski en Turquía, y sigue varios
hilos que se trenzan: el del autor de la novela, el de Ramón
Mercader, miliciano comunista español, el del propio Trotski. Los
tres aman a los perros, aunque el nombre del libro viene de un
personaje misteriosos que aparece en Cuba y será quien aporte al
autor el material para el libro. El lenguaje revolucionario del que
está empapado el libro ha formado parte, como cubano, de la vida de Leonardo
Padura.
Trotski rememora los tiempos en que
trabajó codo con codo con Lenin:
El terror de la Cheka de Dzerzhinski
fue el brazo oscuro de la Revolución, impío como debía, como tenía
que ser, se diría, y aniquiló por centenares y miles a los enemigos
del pueblo, a los perdedores de la lucha de clases que se negaban a
ver la desaparición de su forma de vida y su cultura de la
injusticia. Ellos, los vencedores, habían administrado sin piedad la
derrota de sus adversarios, y el Partido tuvo que funcionar como el
instrumento de la Historia y de su inevitable venganza masiva, aunque
impersonal. Había sido una violencia despiadada, seguramente
excesiva, pero necesaria: la de la clase vencedora sobre la vencida,
la disyuntiva del “nosotros o ellos”...
El tutor soviético de Ramón Mercader
cuenta:
Hay algo muy importante que me
enseñaron nada más entrar en la Cheka: el hombre es relegable,
sustituible. El individuo no es una unidad irrepetible, sino un
concepto que se suma y forma la masa, que sí es real. Pero el hombre
en cuanto individuo no es sagrado y, por tanto, es prescindible.
Al final el viejo agente soviético
recapitula y piensa, se nos ha ido la mano, habría que aceptar las
reglas democráticas.
Pero una mala noticia para los que
piensan conciliar libertad y socialismo es que toda la teoría
historicista/marxista se apoya sobre la irrelevancia del hombre, por
lo que si hay conflicto entre la vida o la libertad de un hombre,
cien, diez mil, y los designios de la Historia, ya se sabe quién
cede el paso. ¿Y quién interpreta los designios de la Historia?
El dilema es relegar al hombre, cada
persona concreta, o al historicismo. Yo lo tengo claro: ¡viva
Pericles!
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