Soy cuidador del zoo. Qué vergüenza.
Con el frío no medí bien: me tomé algunos tragos para entrar en
calor, mientras atendía a los elefantes, no recuerdo cuántos,
tragos, no elefantes, porque el frío apretaba a esas horas de la
mañana. Los elefantes me miraban con cara de reproche, a veces se
les nota la inteligencia que tienen. Después de tantos tragos, a
duras penas pude llegar al tranvía, coger un asiento. Tenía el
cuerpo cortado por las muchas horas de vodka y de frío y me entró
una tiritona terrible, tiritaba y tiritaba.
Soy una mirona. En el tranvía disfruto, me puedo esconder y espiar sin ser notada. Hay que tener cuidado con los cristales, para que no te vean en el reflejo. Pero sí, el hombre estaba cerca de mí, pero en el otro lado del pasillo, y en una fila antes que la mía, por lo tanto podía mirarle perfectamente, eso sí, solo un lado, y le veía la mandíbula, la cara roja, las manos grandes y ásperas. Tiritaba y tiritaba. Quizá estaba con gripe, y el frío que sentía era de enfermedad.
Casi me paso mi parada, no era capaz de mantener el equilibrio, iniciaba un paso y se me iba el cuerpo para atrás y para el lado y tenía que inclinarme hacia delante para dominar mal que bien el movimiento descompasado. Me han visto algunos vecinos.
Bajó en la misma parada que yo, pero no vive en mi calle. Le perseguí durante unos metros, pero a distancia, nunca vi andar a nadie haciendo tan perfectas las eses.
Soy un elefante. Esta mañana apareció nuestro amable cuidador a hora no habitual con su cabezota roja, muy contento a pesar del frío; llevaba en el carro varios cubos llenos, al llegar a nuestra altura paró, llenó un vasito en uno de ellos y, glop, se lo echó al coleto. Vodka, dijo, para el frío, y nos arrimó un cubo. ¡Vaya, quema la trompa!
Mi marido es así, no sé qué será de él el día que yo reviente: ¡otra vez con la trompa!
Un antepasado de los elefantes del zoo Para dar colorido namas |
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