Excepto dios, ninguna sustancia puede darse ni concebirse.
SPINOZA.
ETHICA.
Hola, soy dios. Bueno,
concretemos, soy Dios el que intuyó Spinoza, ojo, que aunque he oído
hablar de otros colegas de superior o inferior jerarquía, no he
tenido el gusto de ser presentado. Y de lo que no sé no hablo, que
me hago un lío.
Me han pedido que hable
un poco de mí y de cosas de los Hombres, y las Hombras por cierto,
que es condición para salir en antena que no utilice lenguaje
sexista. Yo mismo soy Dios pero también Días. Realmente si tuviera
sexo los tendría todos. Pero no temáis.
¿Autoconciencia?, a
ratos, pero no intervengo en asuntos que no me conciernen, no ando
por ahí tirando piedras. Ahora, me entra un picor, ¿se dice picor?,
y nacen mil galaxias. A veces tengo la sensación de que no soy sólo
el Universo éste, sino todos los Universos apilados. Pero eso quizá
es megalomanía.
Que hable del big bang, y
todo eso. ¿El big bang?, pues es como una explosión, qué voy a
decir. ¡Puf!, y en un momento ya hay galaxias espurreadas.
Sí que quiero decir algo
de los dinosaurios, seres bien hechos, poquito a poco, sin
sobresaltos. Era un recreo mirar cada millón de años, es un decir,
o diez millones, y verse dinosaurios más variados, y más grandes y
hermosos y longevos. ¡Lo bien que iban los dinosaurios! Y, ¡plaf!,
pedrada. Podría pensarse que fue una gamberrada, pero no, la piedra
venía por ahí. Era previsible que chocara, de haberlo pensado. Y
mira por dónde que un animalejo ratonero que comía huevos, cuando
podía, o carroña varia las más de las veces, se encontró
impulsado a la fama.
¡Uaaa!, perdón. Ah pues
los ingleses consideran de buena educación desperezarse y bostezar
en público, lo han aprendido de mí, creo. Es que manifestar
demasiado interés por los demás puede considerarse cotilla, ¿no?
Volvemos a los bichejos,
apresurados, en comparación con los dinosaurios: en un mundo
cambiante tuvo que primar el oportunismo. Se acabaron las formidables
moles tan cuidadosamente regladas.
Y culmen de oportunismo,
los hombres (¿y hombras, se dice?), a veces enormes, otras
despreciables.
Dicen que el hombre
moderno empieza con Ulises, un tramposo, y no le veo la gracia. Por
ejemplo la historia del cíclope; mal está clavarle un árbol en un
ojo, pero vaya la trampita de que se llama Nadie para que cuando
pregunten los colegas el pobre cíclope herido diga, Nadie ha sido,
Nadie me ha clavado un árbol en el ojo, qué gracioso, ¿eh? Ese día
mis agujeros negros se pusieron más negros que nunca.
Debe ser que le cojo
cariño a mi gente, y me incomoda perderlos, porque también a los
humanos les he acabado cogiendo afición.
Que hable de aquéllos
tiempos en que la Tierra era una ratonera superpoblada, inhóspita,
tan inhóspita que se formaron colonias espaciales, luego colonias
espaciales que se alejan. Llega un momento en que difícilmente se
recibirán noticias, pero eso no importa tanto como para frenarles.
Tenían tecnología para captar reservas hidrocarbonadas en el
sistema solar, y de ahí se producían alimentos, además de reciclar
todo lo posible; fusión nuclear para producir energía.
Claro que al llegar a los
confines del sistema solar va faltando materia. Hay que estimar
tiempos, necesidades energéticas, pero en el borde tienen que probar
la congelación y sistemas de supervivencia. Quizá la falta de
noticias de los que se iban fue una ventaja, aunque la presión de
los de dentro hubiera empujado gente para fuera. Ya sabéis, hay
gente para todo, y menos mal.
No fue muy distinto
cuando África fue expulsando disidentes, allá en los orígenes de
los humanos, y poblaron regiones tan incómodas.
Así que hoy los tengo
por todas partes, robando planetas, explotando soles, rellenando
agujeros negros, qué tíos.
Hay días que viendo
tanta actividad es que me entran ganas de estornudar, si puede
decirse así: esa sensación de absorberlo todo más y más y más y de
pronto, ¡chus!, espurrearlo a los cuatro vientos.
Sevilla, diciembre de 2008
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