La mañana estaba de niebla muy clara;
la Avenida de la Constitución recorrida desde la Puerta de Jerez
tenía un aspecto inusual, de un velado color gris. Las siluetas de
los transeúntes, pocos y en bicicleta, se incrustaban en negro; los
raíles del tranvía de la burbuja, húmedos y deslizantes, señalaban
hacia un pequeño tranvía amarillo, ah, no, era un camioncito de
limpieza que hacía girar sus bigotes contra el pavimento, quizá
devorando a un peatón descuidado, ojo, este bicho es insensible al
sufrimiento humano.
En la Plaza Nueva abrían los puestos
de los libreros de ocasión. Una niña de seis años recriminaba a su
padre, no son, porque las nubes son blancas, y tienen forma.
Ja, como si una niebla gris y además clarucha se pudiera hacer pasar
por nube. Pero suponemos que la autoridad paterna se acabará
imponiendo, quizás ayudada por otras autoridades no menos poderosas,
y esta niña acabará aceptando que hay una clase de nubes rastreras
que no son blancas ni tienen forma. Cuando sea abogada, o matemática,
porque esta niña promete, ella será una autoridad, aunque es de
esperar que conserve un resquicio de capacidad crítica, incluso con
sus propias verdades, que haga que el mundo sea más grande y gire en
vueltas más airosas.
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